Siempre fue así.
La poesía dialoga consigo misma,
como ballenas cantando por sobrevivir.
Por eso escribe, escribe, escribe…
En su melodia se levanta
un puente entre soledades,
una huida del «yo»
para encontrarse, después de todo,
en la claridad del «nosotros».
Escribe sobre sus grietas, sobre sus caleidoscópicos laberintos,
sobre sus umbrales luminosos y sobre tus nervios cristalinos.
Escribe sobre su mano cálida, la ternura de sus labios,
su miradas entre miles y su sexo caliente y generoso.
Escribe, escribe.
Porque es en ese viaje al fondo del espejo,
cuando todo es posible,
incluso la esperanza. Sobre todo la esperanza.
Así que vístete de arqueólogo en la búsqueda de tu verdad,
abre la tierra y sus mentiras, enfrentate a la injusticia,
a la mano vacía y la boca hambrienta,
a la bota de hierro y al poder que la maneja,
porque los sentimientos no tienen nombre,
y la palabra es una cárcel
donde no cabe ni cabrá nunca la realidad.
Por todo ello escribe,
escribe y sueña
despierto, en este infierno implacable y mezquino,
porque aunque la vida no tenga sentido
y seamos gotas de agua diluidas en el abismo,
este silencio nos da aire entre la muchedumbre como
materia eterna, raíces de lluvia, eco de cenizas
y hoguera del olvido. Por todo ello
escribe, escribe, escribe, escribe…