Para pensarte.

PARA PENSARTE: libre como eres,
a mi lado, con tu alegría de estrella
brillando sobre las sombras de lo infinito,
no necesito ni cerrar los ojos;
prefiero tenerlos abiertos para verte llegar.
Eres mi amor, mi esposa, mi amiga,
mi niña, mi compañera de viaje,
mi hogar al que volver, mi inspiración diaria,
y mi poema por escribir.
No entiendo a esas personas
que buscan a tientas
a alguien como ellos,
contigo aprendí
que las diferencias suman, se complementan,
vuelan juntas
como el viento y las hojas. Contigo
aprendí que la risa hace estallar la rutina,
que la soledad no se me clava
si eres tú quien maneja el puñal, que
el tiempo -ese incansable depredador-
es el mejor aliado para construir una relación.
Contigo supe
que el mejor libro aún está por leer,
la mejor película por descubrir,
la mejor canción por cantar
y que la pizza requemada
también se puede comer.
Como comprenderás
es fácil quererte, pequeña mía,
hasta cuando la tristeza nuble tu corazón
y desesperes cansada de la vida,
estaré ahí para preguntarte:
¿Quieres un café?

SOBRE EL AMOR Y EL ARTE.

Solo el amor y el arte nos sitúan
en el ahora
con todo lo que eso implica:
la consciencia plena de ser quién eres
(de todos aquellos que te forman)
para poder centrarte en lo que sientes
con todas sus consecuencias.
No existe el lugar adecuado,
ni el momento concreto,
solo la certeza de estar ahí
haciendo lo que quieres hacer.
Todo lo demás: las facturas, los quebrantos,
los platos del fregadero,
los inconvenientes de lo cotidiano…

…pueden esperar.

A tumba abierta.

Recuerdo que mi infancia no fue triste,
tampoco leía mucho más que cómics,
pero siempre que un compañero tenía hambre
le daba un trozo de mi bocadillo.

En cambio, hoy en día,

como dice Chesán: toda persona
es una prisión de banalidades.
Defendemos la cultura
como una trinchera vacía,
ajenos al hambre y al dolor,
al precio absurdo del alquiler,
o de la luz, como si viviéramos
obsesionados con el valor de la muerte.

Así, a tumba abierta, escribo con el fin
de que mis versos sean una fuerza viviente, una voz
en un océano de experiencia colectiva,
que aunque no sacie el hambre, ni calme la sed,
traspase las paredes y las pantallas,
los barrotes de nuestra celda voluntaria,
para decirte: no estás sola.

La camisa azul

La ropa no tiene alma, pero
cuando ella está triste
siempre se pone esa camisa azul,
incluso en verano,
cuando lo lógico
sería llorar desnuda.
Como un ventrílocuo
le presta su voz a la cosa, hace
que hable por ella, que grite por ella,
como una elegante bengala de auxilio.

Cuando está alegre, en cambio,
se pone vestidos, blusas, pantalones, sudaderas
como si el fondo de armario no tuviera fin…
Sé que esa camisa triste,
refleja su soledad monocromática,
su silencio de lluvia, el otro lado del espejo
y que siempre estará con ella. Pero
me quedo con que la alegría
no necesita que hablen por ella, por si misma
se expande, conecta con el otro,
como si fuera viral.
La alegría
a veces lo pienso
es un meme de gatitos.

@raulvelascosanchez

Sobre la libertad.

No creo en la libertad. Me siento
preso en un cuerpo cansado
encadenado al tiempo

y al sistemático sinsentido
y sin embargo opto

cada día

por la bondad.

Lo cierto es que me da vértigo pensar
que entre tanta elección cotidiana
hay tanto de uno

como de los otros;

al fin y al cabo, somos
una soledad acompañada,
una pequeña burbuja

entre la espuma.

Solo me consuela pensar
que tenderte la mano me libera
porque me acerca más a ti. Ahí,
precisamente, reside el dilema:
¿De qué sirve
tener un precioso jardín
si no puedes regalar:

el aroma de sus rosas,
la frescura de su sombra
o el calor de sus estíos?

Con el alma humana

pasa más o menos lo mismo:

no somos lo que tenemos,
nada nos pertenece (para siempre),
somos un conjunto de decisiones que

libres o no

pueden quedar grabadas
en los ojos que nos miran.

Un ser exacto a ti.

Admiro a Raymond Chandler
y me encanta la mordacidad de Iribarren,
la serenidad de Benedetti,
o el dulce descaro de Cortázar.
Me hubiera gustado tomar un vino con Lorca,
irme de juerga con Rimbaud y Verlaine,
tomar un té con Emily Dickinson
y una botella de Ginebra con Silvia Plath.
Compartiría mis ansiolíticos con Pizarnik,
sería secretario de Neruda u Octavio Paz,
me dejaría cultivar por Baudelaire
y me exiliaria con Cernuda o Max Aub.
Eso sí, si pudiera elegir ser poeta por un día,
quisiera ser Ángel González. A través de sus ojos
lo efímero se hace eterno
y la vida -esa contradicción-
implica morir muchas veces. Ángel,
si yo fuera dios y tuviera el secreto,
haría un ser exacto a ti.

Zoom

El otro día me sorprendí intentando
hacer zoom en una fotografía analógica.
A parte de sentirme bastante estúpido,
pensé en que lo que me hubiera gustado
era acercarme a aquel recuerdo.
Ahora que a mis cuarenta y dos años
mi memoria es como un mosaico de polaroids,
poder pasear por ellas, darles vida, y
volver a ver por primera vez a mi madre,
el incansable espíritu emprendedor de mi padre,
el intenso aroma de dama de noche en el patio de su casa,
las risas con los amigos
(los que quedan y los que se fueron dejando huella),
la luz temprana de ese amanecer.
En definitiva, volver a probar el sabor
de aquellos torpes primeros besos,
el aprendizaje de los cuerpos, los experimentos de juventud,
los errores de los que tanto aprendí.
Un abanico inmenso de retales y sensaciones
que a día de hoy he borrado casi por completo,
conservando únicamente la emoción.
En ese momento no me di cuenta,
pero quizás la principal función del olvido
es permitirnos vivir el presente,
darnos la efímera oportunidad de seguir adelante
e intentar ser felices. Aunque la felicidad
no sea más que un deseo o una entelequia
y el presente una realidad inasible y fugaz.

Somos

No somos creadores de conceptos
(la filosofía nos viene grande),
somos el calor de la lumbre y
el resplandor fugaz en la oscuridad;
la deriva como ruta y salvavidas,
el delirio consciente y la música
que entona a gritos el silencio;
somos también
la verdad incómoda y la fe en lo innombrable,

los devotos seguidores del deshielo y las danzas

que la primavera enseña al trigo verde;
somos la consciencia de lo diminuto,
las flores rosas que llora el cerezo,
la espuma que vomita el mar y
el dibujo que deshacen sus olas en la arena;
somos la mano que agarra al náufrago,
el pan compartido y la ronda pagada,
la elección reflexiva y la acción pasional:
somos los que elegimos la bondad.
Por eso somos
el vaso lleno de esperanza y las canciones
que entonamos ebrios de felicidad
esas noches en las que incendiamos los cielos.
La pluma que no teme al machete,
ni al dólar, ni a Dios, porque
ninguno vale más que aquellos que amamos,
aquellos en los que podemos confiar.
Somos la memoria colectiva,
la biblioteca invisible que solo puedes visitar
si eres libre,
         realmente libre
                    y no has perdido
la capacidad de imaginar.
Somos todo aquello
que suele pasar desapercibido entre la multitud
el maniquí desnudo, el bar cerrado,
el mendigo al que nadie ve y
la tristeza de a quien todo le va bien.
Somos soledad orgullosa
y somos deseo voraz.
Somos tanto y somos tan poco
si nos faltas tú.
Porque la vida -si lo piensas-
está a un paso del precipicio
y la muerte nunca hace prisioneros;
como mucho -si tienes el valor suficiente-
te permite ser como quieras ser.
Así que no lo olvides,
tatuátelo en el alma si es necesario:
el último deseo antes del fusilamiento
nos puede durar toda la vida.