No creo en la libertad. Me siento
preso en un cuerpo cansado
encadenado al tiempo
y al sistemático sinsentido
y sin embargo opto
cada día
por la bondad.
Lo cierto es que me da vértigo pensar
que entre tanta elección cotidiana
hay tanto de uno
como de los otros;
al fin y al cabo, somos
una soledad acompañada,
una pequeña burbuja
entre la espuma.
Solo me consuela pensar
que tenderte la mano me libera
porque me acerca más a ti. Ahí,
precisamente, reside el dilema:
¿De qué sirve
tener un precioso jardín
si no puedes regalar:
el aroma de sus rosas,
la frescura de su sombra
o el calor de sus estíos?
Con el alma humana
pasa más o menos lo mismo:
no somos lo que tenemos,
nada nos pertenece (para siempre),
somos un conjunto de decisiones que
libres o no
pueden quedar grabadas
en los ojos que nos miran.
Debe estar conectado para enviar un comentario.