Escucho la brisa
el mensaje incesante que brota del silencio;
su voz queda y misteriosa que penetra en la roca
haciendo resonar sus raíces como cascabeles.
Me pregunta si quedan poetas…
Le respondo que hace tiempo que se extinguieron.
Quizás aquel que contempló de verdad, con la náusea y desesperación
del que va a ser fusilado, o
el borracho que mira su vaso vacío y vislumbra su alma,
antes de pedir una penúltima ronda y así olvidar.
No puede haber poetas en una sociedad donde nada permanece.
Ni tan siquiera la palabra. Por eso
hay más poesía en un maniquí desnudo
que en nuestro imaginario colectivo, ese escaparate
donde todos estamos en venta.
He conocido personas más auténticas de madrugada
que en el claustro de la universidad, allí donde
el presunto SABER se pavonea engreído
con sus llamativos maquillajes. No puedes ser poeta
si nunca has amado de verdad; si no has estado dispuesto a morir
o incluso a matar, que es otra forma de morir. No puedes.
Olvídalo. Ser poeta es encarnar tu propia bestia, aquella que no atiende,
sino a su propio instinto de supervivencia.
Lo demás son juegos de palabras, malabarismos de pasarela,
incendiar los rastrojos sin jugarte la vida en ello.
Así que no lo intentes. Olvídalo. No tiene sentido.
Sino te juegas la vida en cada verso, nunca podrás sentir
que este instante, ahora, puede ser el último
en que escuches la brisa
el mensaje incesante que brota del silencio.