No me callaré nunca. Nunca.
Mi voz será el sendero que quiebre
el río y el abismo, su sed implacable.
Enterraré la palabra para que arraigue: el tiempo,
la luz, el vuelo de Ícaro, la disidencia
a lo que gritan que somos y al terror
inyectado en cada poro de la piel.
Seré aquella isla que desaparece de los mapas
porque sólo podrá ser vista si se sueña,
porque sólo podrá ser soñada si alguna vez estuviste allí.
Renuncio por tanto al silencio, al olor de sus bibliotecas,
porque sólo aniquilando la palabra, ésta
tendrá una posibilidad de sobrevivir.
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