Están instalando las luces de navidad
y estamos a 20 grados,
los niños juegan en la plaza.
El recuerdo de un noviembre frío
se va desvaneciendo como el hielo de mi vaso.
Quizás se acerque el fin del mundo y
con suerte
no lo veré. Es tan propio de estos tiempos
exclamar un ¡sálvese quien pueda!
Parece que nos conformemos en desear
que si va a desatarse la tragedia
nos pille jugando.