El bar está vacío,
como los tejados por los que ando
buscando cielos.
Vacío como mi mirada cansada de verme
siempre al otro lado,
tan extraño en mi locura, como
un abrazo sin dueño.
Vacío como ese vaso cargado de recuerdos,
como ese sueño cargado de olvido.
Así escribo en el suelo del funambulista
imaginando pájaros que escriben con su vuelo
palabras que rompan el maleficio.
Una carcajada en la televisión encendida
me devuelve a este espacio de un golpe.
El dueño me mira con sus ojos rasgados.
Es la hora de salir.