A veces
en la radio del coche
suena una canción que reabre la herida,
como si nunca se hubiera cerrado, y
aminoras
para no chocar
con esa lágrima furtiva,
agazapada en la memoria,
que como una bestia caleidoscópica
que ha sobrevivido al olvido
te asalta,
te asalta en tu soledad,
desde su sombra,
como el eco de un lamento o
el triste negativo de una historia.
Puede pasar entonces
que la carretera se estreche o se retuerza,
peligrosamente,
transformada en remordimiento o pérdida,
en culpa o descrédito,
y tal vez, por un momento,
pienses en detener el coche para así
poder llorar mejor.
Conducir por esos caminos
por donde solo transita el alma
tiene estas cosas…
Tarde o temprano
acabas llegando al corazón.
La magia reside en ese instante
en que a esa canción le sigue otra
-realmente no importa el género-
y la herida vuelve a desvanecerse
como un espectro…
Es cuando sonríes y descubres,
justo antes de acelerar,
que somos la suma
de todos nuestros fantasmas, que
son ellos
los que nos hacen sentir vivos.