Una terraza vacía
y como en un cuadro de Hooper
tres personas charlan tras la cristalera: silencio.
Cálido silencio y una bolsa triste
bailando con el viento.
En éste lado de la plaza, en cambio,
un fascista evangeliza con gritos y cerveza,
a otra víctima de la fortuna.
Mi mente, que lleva todo el día moviéndose
al ritmo de «Moonlight serenade», mira
como las farolas en otoño pintan los árboles de oro y sueña
con una soledad y un silencio,
donde no llegue el ruido, ni la estupidez.