Y de la noche a la mañana
se detuvo el mundo.
Justo a tiempo para que viéramos
que en unos días
el agua volvía a ser transparente
como los espejos más fieles,
el aire traía más cantos de pájaros que polución y,
separados por orden gubernamental,
las personas volvían a añorarse
y a valorar la amistad, el amor, la verdad…
Pareciera que el mismo Prometeo
haya desobedecido también a la muerte
para darnos otra oportunidad.
Pero mucho me temo que los humanos
somos esclavos de nuestros dioses,
ellos alimentan nuestros caprichos,
como a niños mimados e irresponsables.
El virus, sin saberlo,
nos ha concedido una tregua, y
quizás
la última lección
antes de que sea tarde.