Suspendido sobre las flores
el colibrí azul detiene el tiempo
se nutre de él, de su memoria.
Es un instante que abre
una grieta de luz
en el centro de un universo oscuro,
ennegrecido por la angustia
y el silencio…
El colibrí azul no es consciente de su poder
tan solo es un grafiti en la pared blanca
que vuela porque sus alas
conectan con el niño que fui
y sus ganas de volar.
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Jaulas.
Tal vez por madurez,
por resignación,
o por seguir enamorado,
he aprendido
que la libertad es
poder elegir
cómo enjaularte. Yo
lo tengo claro.
Donde sea,
entre la razón y la locura,
pero
contigo.
Tú y yo.
Para mí es tan sencillo y complejo como soñar,
esa poesía que somos sin darnos cuenta,
que hacemos sin darnos cuenta,
con gestos pequeños, como
ayudar al prójimo
o decir la verdad sin herir;
aún así qué difícil es vestir con palabras
tanta ceguera, tanta desnudez.
Mientras tú
lastimas tu cuerpo en una cadena de montaje
y te preguntas si sueñan
los coches autónomos con viajar
donde ningún humano ha llegado,
por si te irías con él.
Ojos en ceniza
Pensar en la muerte, desear
aplicarse de una vez su bálsamo definitivo,
tomarse la medicación de ese insensible psiquiatra,
apagar las mañanas que despiertas
más muerto que vivo, ajeno a la luchas diarias,
derrotado antes de abrir los ojos en ceniza;
quemar los libros, que arda todo
en la fiebre del adiós, y marcharse
sin despedida, ni explicaciones,
solo
con una sonrisa y el ceño tranquilo
como quien emprende un viaje anunciado
y demasiado tiempo pospuesto.
Un último viaje allá donde sople el viento
y el polvo se esparza en blanca nube,
allí donde imaginar en el silencio
la forma de un último suspiro.
Prisiones.
Como Altolaguirre
agrandaré mis prisiones
al no poder ser libre,
daré alas a mis manos
para que alcen el vuelo en tu cuerpo,
pondré palabras a los sueños
y abriré grietas en el silencio
donde germine el presente.
La soledad entonces
no será más isla,
la soledad entonces
solo será la sombra de un pasado
en la que encontrarme contigo.
Las piedras en el río.
Estirar del hilo de una idea
con la legitimidad del herido y
la voluntad del rencor, es fácil;
como arrojar piedras sobre un charco,
ajeno al estallido y a sus ondas.
Las heridas marcan nuestra vida y también
se heredan
entonces esos charcos
no curan, ni cicatrizan,
solo remueven el barro de otro
aunque lo amáramos sobre todas las cosas,
aunque lo amáramos,
aunque fuera quien nos enseñara
a tirar piedras sobre los charcos,
aunque fuera…
Llueve.
Llueve
y me siento
desnudo
ante:
las calles
vacias,
sus árboles
quietos,
las palabras
goteando y
esa calma
bendita
de agosto.
Lo inesperado
nunca
trae paraguas consigo.
A lo sumo
una maldición o
un recuerdo
de otras tardes
donde la desnudez
se inundó de ti.
Calla mi boca y…
Calla mi boca y paraliza
mis labios el silencio.
Pero no,
no es porque mi corazón no sienta,
sino porque mi mente aletea
como un pájaro del laberinto
y atraviesa
tantas emociones en un segundo
que no hay palabra que abarque tanto,
ni emoción que abrace este todo
tan oscuro como mío.
Otra vez aquí.
Repetir, perseverar,
insistir hasta la náusea,
no garantiza ni un buen verso,
ni un amor correspondido.
Lo más probable es acabar vomitando
el café de la mañana
o conseguir una orden de alejamiento.
Pero a veces
amamos tanto el amor
que necesitamos creer en milagros,
porque aunque éstos no existen,
duelen igual.
Y nos gusta.
Titubeos. (A J.L.Cuerda)
Algunos amaneceres titubean
entre la luz y la oscuridad,
entre abrir los ojos
o seguir dormido.
Y es que en ocasiones
la verdad duele
como un lunes a fin de mes.
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