La caverna.

Parece que despiertes,
pero sigues dormida,
pegada a las sábanas y a tus sueños,
en ocasiones
también a tus pesadillas.
Te traigo el café y me sonríes,
me acerco a ti para besarte,
pero nuestra perrita es más rápida
(la felicidad, a veces, es tan fácil
como asumir estas tiernas derrotas).
Lo que está por venir es un misterio
muchas veces disfrazado de rutina,
esas cadenas que te sujetan a la razón
y te atan al sinsentido.
Me recuerdas a una aventurera cansada,
en un mundo sin islas por descubrir.
A pesar de todo te levantas, hoy
estrenan una nueva temporada de la serie que tanto te gusta;
parece que es la única forma que nos queda
de cumplir nuestros deseos
aunque sea proyectados en la vida de otros,
y aunque éstos solo existan
si somos capaces
de ponernos en su piel.

Tanguillo del niño y la luna.

«Soy la inmensa sombra de mis lágrimas» F. G. Lorca

El niño besó la luna
aprovechando que ésta dormía,
el niño besó la luna
y en su mente se hizo de día.

Las estrellas cantaron un tango
cuando la tierra estaba oscura,
las estrellas cantaron un tango
verde como la aceituna.

La semilla germinó aquella noche
cuando los poetas miraban el fuego,
la semilla germinó aquella noche
y el niño, ya hombre, lloró sus lamentos.

No hay luna ni beso en lo oscuro,
no hay luna ni beso en lo oscuro
si no lo iluminan tus versos.

Si no lo iluminan tus versos,
si no lo iluminan tus versos
el niño sigue en la cuna
ajeno al hombre y sus miedos.

Sobre la sed.

Beberte como sustituto natural a mi vacío,
insaciable agujero negro en constante atracción
a lo oscuro, a lo preservado en el hielo,
y a mi deambular por fronteras
entre lo real y lo simbólico, columnas
que sostienen mi necesidad de soñar
y nombrar lo inefable.

Beberte como reacción al estatismo
que me consume hasta atomizarme,
beberte como respuesta definitiva,
beberte, amor, y después
hacerlo en el sofá, en la cama,
en la cocina y en el suelo.

Seguramente
es una forma de deseo egoísta, pero,
cuando las horas pasan y el cielo
hace temblar mi alma como una hoja,
eres tú quien hace retroceder lo oscuro
con la luz natural de tu sonrisa.
Por eso te bebo.
¿tienes sed?

Del amor y otras máscaras (poemas cortos)

Dentro, muy adentro,
donde en ocasiones no llega ni la luz,
ni el amor propio,
hace frío.
Por eso quiero decirte algo
esta mañana de enero:
aquí afuera
alguien cree en ti.



Al final, llegó la tormenta
y todos huyeron a refugiarse
como animales heridos.
Tú y yo en cambio
nos besamos bajo la lluvia
y el amor caló la ropa y los corazones.

Creo que siete años después
sigo empapado.



Ahora que todos nos tapamos la cara
por miedo a un posible contagio
ahora que nos reconocemos con las miradas
quizás aprendamos un poco del otro.
Nunca es tarde,
todavía.



El que no sabe leer en una mirada
nunca sabrá entender un corazón.
Al fin y al cabo elaboramos nuestras máscaras
con las palabras que pueden ocultarnos
de un buen lector.

Algunos poemas cortos

Cuando las palabras sobran
y el dolor se encarna en el silencio,
solo hay que estar ahí, como
una semilla esperando el deshielo.


La tristeza tiene sabor a café solo,
pero lo más amargo, lo que no se endulza
ni con una sonrisa, es esa culpa
que te hace sentir vergüenza de estar vivo.


Reconstruirse implica una renuncia,
siempre se pierde algo en el naufragio,
por esto mismo sobrevivir
provoca tanto dolor como placer.


Olvidar
por un momento
quienes somos y
salir
de nuestro infierno
por la puerta grande
nos recuerda
que la soledad,
esa compañera de viaje,
también es pasajera.


Si el infierno son los otros
estamos condenados a arder.
Brindemos por ello
hasta ser una misma llama.

Supervivencia.

Puede pasar que ese lugar,
que siempre has amado,
te parezca poca cosa,
como una estrella lejana y difusa, y
remuevas con el tenedor tu plato favorito,
discutas con tus fantasmas hasta dormida
o mires el mundo desde un punto equidistante
entre el hartazgo y el vacío.
Puede pasar que te canses de que a tu mente
siempre le toque perder al comecocos,
de qué las rosas jueguen con sus espinas,
y las espinas te hielen la sangre
como lágrimas sin un por qué.
Puede que el silencio enmudezca tus horas,
que el tictac del reloj se te clave en la sien, que las mañanas
sean un frío corredor de la muerte
donde esperar que salga el último tren.
Puede pasar que la vida sea triste
-no es tan raro si lo piensas-
que el hambre no se sacie con pan,
ni que haya un poema que te erice la piel.
Puede pasar que la ansiedad ahogue tu voz y
que la crisis sea global
y el miedo, la paranoia, el fin del mundo,
nos grite desde los medios de comunicación
como pájaros heridos o cachorros sin adopción.
Todo puede pasar y lo que es peor
sin palabras que consuelen, cuerpos que acompañen,
ni miradas de comprensión.
Me gustaría darte una esperanza. Pero
cuando todo está perdido
y el absurdo danza con el sinsentido
y las manos crispadas intentan agarrar el dolor,
solo nos queda abrazar con fuerza lo que somos,
ese amasijo maltrecho, esa tara sin nombre,
ese monstruo pacífico que somos, porque
esa realidad inefable sigue ahí,
por lo que solo queda ser honesta contigo misma,
ponerle palabras, amar hasta armar a aquella que
lleva contigo desde antes de que la conocieras.
Lo horrible, además,
lo verdaderamente terrorífico,
es no ser capaz de entender
el sufrimiento que algunos causan a los demás.
Lo nuestro tiene nombre. Se llama
supervivencia.

Necesito auriculares.

Una terraza vacía
y como en un cuadro de Hooper
tres personas charlan tras la cristalera: silencio.
Cálido silencio y una bolsa triste
bailando con el viento.
En éste lado de la plaza, en cambio,
un fascista evangeliza con gritos y cerveza,
a otra víctima de la fortuna.
Mi mente, que lleva todo el día moviéndose
al ritmo de «Moonlight serenade», mira
como las farolas en otoño pintan los árboles de oro y sueña
con una soledad y un silencio,
donde no llegue el ruido, ni la estupidez.

Otro hijo (yo) del privilegio.

La radio siempre le da los buenos días,
toda una vida trabajando para asegurarse esto:
un buen expreso, el sol por el ventanal
y, tras él, unas tórtolas lavándose en la fuente.
Una vez me dijo con seriedad: Raúl,
mi única obsesión era daros lo mejor.
Yo le repliqué con sorna: y algún día lo heredaré, papá.
La vejez a parte de dar más perspectiva
te aporta mucho más tiempo,
como si la vida te regalara una última oportunidad
para un final limpio, sin más víctimas
que tus capacidades y tu memoria.
No tengo duda sobre sus bondades como padre,
sus errores lo han hecho único, pero
ahora que sus obsesiones son la seguridad,
mi madre y criticar a la izquierda,
resulta un hombre tierno, que se aferra
a lo poco que le permite
seguir sintiéndose fuerte. Sé que le quiero,
y que mientras le queden estas cosas
no habrá llegado la hora de acompañarle
en sus últimos pasos.

Escena.

La puerta entreabierta y el cigarrillo
expirando un último aliento gris en el                 cenicero,
la lamparita azul proyecta sombras inquietas,
lúgubres deformaciones de mi soledad.
Hasta la caniche se ha rendido a su        pelota
y se ha dormido. Esta es una noche
para soñar con lo insondable y su misterio,
para morir un poco por dentro
al no ser grito, ni vendaval que quiebre
esta mordaza de cristal. Veo que una araña
teje en la esquina del techo su trama…
¡Lo que me faltaba! Alguien tendrá que matarla
y tú no estás.