Admiro a Raymond Chandler
y me encanta la mordacidad de Iribarren,
la serenidad de Benedetti,
o el dulce descaro de Cortázar.
Me hubiera gustado tomar un vino con Lorca,
irme de juerga con Rimbaud y Verlaine,
tomar un té con Emily Dickinson
y una botella de Ginebra con Silvia Plath.
Compartiría mis ansiolíticos con Pizarnik,
sería secretario de Neruda u Octavio Paz,
me dejaría cultivar por Baudelaire
y me exiliaria con Cernuda o Max Aub.
Eso sí, si pudiera elegir ser poeta por un día,
quisiera ser Ángel González. A través de sus ojos
lo efímero se hace eterno
y la vida -esa contradicción-
implica morir muchas veces. Ángel,
si yo fuera dios y tuviera el secreto,
haría un ser exacto a ti.