Pensar en la muerte, desear
aplicarse de una vez su bálsamo definitivo,
tomarse la medicación de ese insensible psiquiatra,
apagar las mañanas que despiertas
más muerto que vivo, ajeno a la luchas diarias,
derrotado antes de abrir los ojos en ceniza;
quemar los libros, que arda todo
en la fiebre del adiós, y marcharse
sin despedida, ni explicaciones,
solo
con una sonrisa y el ceño tranquilo
como quien emprende un viaje anunciado
y demasiado tiempo pospuesto.
Un último viaje allá donde sople el viento
y el polvo se esparza en blanca nube,
allí donde imaginar en el silencio
la forma de un último suspiro.
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Ésta me la sé.
Al cambiar de cafetería
puedes descubrir una mirada nueva
fija en el crucigrama
o habitada por un abismo.
En cualquier caso
dan ganas de ir hacia ellos y decirles:
<<ésta me la sé,
con siete letras
soledad>>.
Dos poemas cortos.
Esas gotas de lluvia
que penden del tendedero
como equilibristas de la naturaleza…
Caídas de la nube,
se aferran a lo que pueden
para resistir.
Toda urdimbre necesita una trama,
una historia que haga del tiempo vida
y de la vida un conjunto de palabras
que podamos compartir.
Cinco poemas cortos.
Lo poético
no existe
pero es
está
se muestra y
se percibe
como la música
en una vibración
que resuena
más allá de toda duda.
Muchos hombres
soñaban con ser futbolistas, pero
luego acaban como la mayoría
pateando el mundo
y cantando los goles de otro.
Los clásicos no se cancelan,
se contextualizan o se censuran;
negar la realidad del pasado
es rechazar la evolución de la sociedad
como sueño íntimo y esperanza última
de aquellos que crean para huir del horror.
Cuando la voz en tu cabeza suena tan fuerte
que te empaña hasta la mirada
escúchala hasta que se canse
y si no se cansa
enfrentala con sus mismos argumentos.
Frente a cierta paranoia
lo más sano es desconfiar de uno mismo.
Mi pueblo ya tiene
más baristas chinos que españoles
y la verdad
no noto la diferencia
el que es limpio es limpio,
el que es simpático te hace sonreír,
y el que te conoce bien
te recuerda
a veces
mejor que tú mismo.
El tendedero.
La ropa tendida,
-por fin ha dejado de llover-
la ropa interior al lado de los pantalones,
las camisetas con las camisas:
solo lo oscuro.
El olor a suavizante me hace sonreír,
creo que, por encima de todo,
la vida sigue su ritmo y que
un poco de razón tenían los católicos:
hay manchas que se van
si usas el jabón adecuado.
No basta con reconocer el mal
hay que eliminarlo o
en el peor de los casos
asumir la pérdida y comprender
que esa prenda
no la puedes llevar cuando quieras.
A la gente no le suele gustar la ropa sucia
por eso la lava en casa.
Refugios
Todo parece tan horrible,
tan paralizante, que
escribir implica dejar
que entre el horror en mi casa
con su gélido aliento de muerte.
Quizás derribe los muros y las puertas,
parta los cristales en mil pedazos inconexos,
arranque los cables y levante las baldosas
hasta que sangre el cemento desnudo, pero,
quizás,
sólo quizás,
nunca encuentre esos lugares
donde guardo la esperanza
y la poca fe que me queda en el ser humano;
allí se abre mi vía de escape,
reposa mi sueño tranquilo,
la firme sensación de que
a pesar de los pesares
nos queda la palabra.
Son tiempos difíciles, pero
los pájaros siguen volando.
Viejas heridas.
A veces escribir
es reabrir la herida,
rascar con las uñas
la vieja cicatriz,
hasta que una gota
de sangre emborrona
las sombras y los silencios
de este pálido amanecer.
A veces reabrir la herida
es lo que nos queda
para sentir la vida,
desatar los nudos del pasado y
acallar esas voces
que nos recuerdan
los pasos que marcaron
este deambular por las calles
buscando un lugar en el mundo.
Si escribir
es reabrir la herida,
puede ser la única forma
de no acabarlo todo
con un punto y final…
Sísifo
Trato de no pensar demasiado,
tan solo de aguantar el peso de esta niebla,
que me abraza fría,
traspasa mi piel
y clava sus uñas de hielo
en mi corazón confuso.
Es extraño estar y no estar,
ser la sombra de una sombra,
cuando todo acontece y
sentir que la vida se te escurre de las manos,
como despierta Sísifo en el valle.
Será por eso que al final
me conformo con lo poco que queda en ellas,
porque la alternativa es demasiado lúgubre
como escribir tu propia esquela
o imaginar mi vida sin mí.
¡Encima!
Y con lo difícil que resulta todo,
encima
nos da por boicotearnos.
Somos esclavos que han adoptado sus cadenas y
que se flagelan por no ser buenos siervos.
Nos merecemos lo que nos pase,
por imbéciles.
Los espejos rotos.
A mi vida le falta un pedazo,
algo que no puedo recordar
porque lo que recuerdo
-según todos- nunca sucedió.
Es como construir sobre cimientos de nube
o como si alguien hubiera roto todos los espejos.
Imposible que no tiemble mi alma de hoja,
cuando quieres ver arder todos los almanaques y
el tiempo se escurre entre los dedos de mi memoria
sin poder conservar sus relatos.
Pero el tiempo no se detiene y
más allá de la marea
se mueven las alas de este vuelo inacabable,
congelado en un movimiento interrumpido…
Mientras tanto
cada vez que respiro
esa esquirla de hielo
se acerca más a mi corazón.
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