Brote talado, luz que se desvanece en la memoria de la arena,
el cadáver ahogado de la postmodernidad besa la playa
sentenciándola a muerte. Su fantasma perdura en la vergüenza,
en la sangre que maquillamos con despecho. Tanta odio, tanta indiferencia,
nunca es gratuita, siempre deja un poso de bilis en los ojos del que mira,
un remordimiento patético de superviviente, el delirio cruel
que impulsa a la sociopatía. La sombra de lo que fue un niño
ahogado en la playa de Lesbos se la llevó la noche y las olas.
Él sin nombre, sin historia. Nosotros, sin inocencia.