mientras sea siempre todavía,
de globalizar las miradas que asumen
el carrusel de diferencias. Compartamos
los vinos y los perfumes,
los viajes a Ítaca
o a Orión, el aroma eterno de la Atlantida y las canciones que nunca entonaron en el Parnaso.
Globalicemos todo lo que somos,
antes de que sea tarde y los vórtices
se marchiten como lirios cobardes.
Hay demasiada calma en este mar y no,
no podemos permitir que el crepúsculo se torne cadena perpetua.
Lancemos tsunamis de luz
hacia aquellos que no quieren ver y se sacuden impotentes
en sus telas de araña y acero. Mostremos
la belleza del rincón polvoriento, la fraternidad de los gatos, el misterio de lo insólito y la paciencia del por-venir.
Globalicemos todo ello como misión última y eterna,
antes de que el amanecer nos haga temblar
con una última melodía desesperada y el aullido del tiempo
nos silencie para siempre.