Latas vacías y un silencio
tan hiriente, tan denso, tan presente
que la vida se detiene
porque no se detiene aún…
En su lugar
un miedo aterrador,
una presencia insignificante de muerte y
ausencia perenne.
Tan fácil es que un punto
ese signo mudo y radical, esa parada obligada,
pueda darle la vuelta a todo
hasta abrirte los ojos por no cerrarlos
o por no llorar…
Al fin y al cabo son posibilidades -siempre lo son-,
aunque parezca lo contrario.
Un punto negro, semirredondo,
una pupila traviesa, una señal confusa,
me devuelven al paramo, al desierto dónde germiné.
Y miro la hora como si tuviera respuestas…
Miro la hora porque el tiempo,
ese compañero fiel y silencioso,
ese libro innacabable,
parece que se haya concentrado en mis labios temblorosos,
en una boca que desea chillar y revelarse,
que su grito sea el ancla desesperada que le aferre al mundo…
Cuando ya no sea capaz de cantarle al mar o la mañana
solo espero que me quedes tú,
como si el eco pudiera capturar el negativo del silencio,
como si pudiera ser,
como si fuera…