El poeta y el jugador son
ante todo prisioneros,
de sí mismos, de sus sentimientos,
de sus faroles, de sus miradas.
Las palabras se disponen así, estratégicamente,
sobre el gastado tapete de la vida.
La suerte del azar, el hilo caduco de sus entrañas,
las mañanas vacías, los vasos llenos,
su soledad de estrella, aquella música lejana,
las pantallas negras, la espectativa febril,
el silencio repetitivo del espejo y el polvo,
sobre todo el polvo depositado en los estantes y en la memoria
marcarán automática la apuesta.
La suerte está echada. Y solo aprendí
que seguiremos presos. Pero no,
no hablo de libertad,
porque ya no hay libertad bajo este pálido cielo…
…Sólo quedamos tú, lector, y yo, encerrados,
entre puntos suspensivos…