Rodeado de bestias
dormidas
como piedras voraces
me oculto en la sombra y el silencio,
tras la cicatriz que me dejó tu nombre.
En ese anonimato herido
aúllo a los espejos, intentando despojar
al viento y a la rama de su armonía.
Recuerdo que me repetías:
estás loco,
pero eres honesto.
Aún arde en mi
esa luz que se propaga
como la oscuridad más transparente.
Una vez te conteste:
la locura no existe
sin soledad.
Y aquí sigo. Solo.