Busco la soledad.

Busco la soledad,

pero no quiero que ella me encuentre.

Sé demasiado bien que esa historia

no tendría un final feliz.

Por eso me escondo en el recuerdo,

entre las estanterías polvorientas o

en el reflejo pálido

que me observa entre mis manos

con la vana esperanza de huir…

Entre tanto,

discuto mentalmente con cretinos

que arrojaría al infierno,

sino fuera porque éste

arde en mi mirada hasta consumirla,

debato los pros y los contras

de rendirme al vacío de ser,

sin estar al fin

y escribo

porque no tengo otra arma para combatirme.

Pero entonces

una fuerza invisible

se agita hasta sublevarme,

se revela como un negativo de lo que soy

cuando estoy sin ti

y comprendo

con la luz de un despertar tardío,

que la huida es una trampa

un farol descubierto

porque nadie,

ni siquiera la muerte,

puede escapar de ti.

Blade Runner

Esta mañana de espejos negros,

de silencio y soledad,

sabe a hielo en la memoria,

a parálisis en el quicio de la puerta

y al lánguido rumor de la melancolía.

Las ramas desnudas

no florecen con el frío,

pero el gato hambriento

prefiere ignorar estas sutilezas.

Le miro, me mira

y pienso que

si fuera un replicante vería

que, a pesar de todo,

sigue habiendo mucha lluvia

en el corazón de esta flor tardía.

Más allá

Más allá de mi pecho encogido,

casi congelado de nudos,

calla mi boca

y las palabras cristalizan en suspiro.

La vida pasa

como una ráfaga incensante de sucesos,

mientras en la trinchera de mi pecho

el silencio grita

colmado de terror. No quedan

ya días para esperar lo mejor del ser

así que me consuelo

soñando con un encantamiento de belleza inalcanzable, una ecuación que corrija las mareas o con un verso que contenga el más oscuro desasosiego;

fantasías de salón, puro y copa de cognac,

porque tras las palabras

se erige una certeza de mármol y sombra,

de incienso y mudo luto:

vivir es ser otro, nada más y nada menos,

es ser el cadáver de lo que soñamos ser.

La voz que te debo

La voz que te debo

sabe a lluvia y huele a tiempo,

a soledad una tarde de agosto,

a copa vacía, a perfil callado

y a hojarasca dormida.

Mis manos se hunden en la tierra

en busca de las raíces de este silencio,

que no entiende de nubes,

ni de desiertos.

La voz que te debo… La voz que te debo…

Es como tantas voces perdidas

en los charcos quebrados del recuerdo.

Es pasado. Es mentira. Es un sueño.

Soledad.

Rodeado de bestias

dormidas
como piedras voraces
me oculto en la sombra y el silencio,
tras la cicatriz que me dejó tu nombre.
En ese anonimato herido
aúllo a los espejos, intentando despojar
al viento y a la rama de su armonía.
Recuerdo que me repetías:

estás loco,
pero eres honesto.

Aún arde en mi
esa luz que se propaga
como la oscuridad más transparente.
Una vez te conteste:

la locura no existe
sin soledad.
Y aquí sigo.                   Solo.

Tras la puerta cerrada. 

Tras la puerta cerrada

resuena el eco sordo y su vacío,
la sombra inquieta de la incertidumbre,
el fantasma del terror y su nada.
Tras la puerta cerrada.
Tras la puerta cerrada.
No hay nombres tras los rostros,
ni historias en las palabras.
Solo un silencio de vaso vacío
y gelida llamarada
tras la puerta cerrada.
Él dijo que el infierno eran los otros, pero
ambos sabemos que éste habita en tu mirada.
Tras la puerta cerrada.

Imagen Gerard Burnett