COSAS QUE DECIR… EN VEZ DE HACER LA CENA

No suelo hacer reseñas. No me considero nadie para hablar bien o mal del libro de un colega. Sé demasiado bien el esfuerzo que supone -y lo desagradecido que suele resultar- cosasquedecidir(pg)acabar un libro y que éste sea editado. Menos aún cuando sientes cierto aprecio por la persona en cuestión. Si me estoy lanzando a pergüeñar estas cuatro líneas es porque el libro «Cosas que decidir mientras se hace la cena» de Maite Núñez (Editorial BASE) contiene algunas de las historias más brillantes que he leído en mucho tiempo.

Todo el libro parece atravesado por una procesión de personajes sumidos en el aislamiento de sus rutinas, que se aferran -en su particular deriva- a lo que pueden para no zozobrar. Robinsones voluntarios e inconscientes, demasiado ocupados en sus cuitas interiores para ser capaces de tender puentes que conviertan sus islas en penínsulas. Seres confusos y desconfiados, incapaces de asumir la insignificancia que supone la existencia y sus derrotas, para así poder seguir adelante, son diseccionados con precisión quirúrgica, hasta que la cruel realidad de la incomunicación es revelada . El miedo a mostrarse tal cómo son, a doblarse ante el deseo del otro, para no ser heridos, acaba dando al traste con sus verdaderos deseos, frustrando su salida del túnel que supone la soledad.

Un túnel, que la propia autora no oculta que ella misma vivió, durante el proceso de recuperación de una enfermedad. Esta circunstancia, presente en distintos relatos del libro, le da una nueva perspectiva. Como si esa ciudad ficticia (San Cayetano) donde se acaban desarrollando la inmensa mayoría de historias, representara el imaginario de una mujer que sublima en sus protagonistas sus propios miedos, sus propias angustias, permitiéndose hacerles una mueca cínica y cargada de humor negro. Cosa que por desgracia, la realidad no siempre permite.

Sus primeras 40 páginas son simplemente maravillosas, a la altura de las grandes maestras relatistas españolas del siglo XX (Puértolas, Martín Gaite, etc). Personalmente considero que los relatos: «Todos los seres queridos» y «El plano de Londres» son auténticas obras maestras del género. Después, aunque baja el nivel de intensidad, sigue a suficiente altura como para acabar y disfrutar con el libro empujado por la poderosa inercia inicial.

En fin, hay que leerlo. Hay que disfrutarlo. Sólo la buena literatura se presta a ello. Si habéis visitado las páginas de Chejov, Henry James, D. Lessing, P. Highsmith o Alice Munro, no os defraudará. Me apuesto un gintonic.