Una delgada e invisible frontera

En lo oscuro, con los ojos cerrados,
(como antes de nacer), veo,
imagino tus ojos, rasgando las tinieblas.

Para mí se está volviendo algo cotidiano,
como tomarme una copa de vino mientras preparo la comida,
buscarte en la ausencia, rescatarte del silencio…

No sé quién eres. Creo que nunca te conocí.
Solo sé que necesito tu luz
para recomponer aquello que nadie sabe que está roto.

Hablo de mi infierno,
pero también podría hablar perfectamente
del cielo.
Al fin y al cabo, solo los separa una delgada e invisible frontera.

La voz que te debo

La voz que te debo

sabe a lluvia y huele a tiempo,

a soledad una tarde de agosto,

a copa vacía, a perfil callado

y a hojarasca dormida.

Mis manos se hunden en la tierra

en busca de las raíces de este silencio,

que no entiende de nubes,

ni de desiertos.

La voz que te debo… La voz que te debo…

Es como tantas voces perdidas

en los charcos quebrados del recuerdo.

Es pasado. Es mentira. Es un sueño.

Aquella noche.

Hoy recuerdo
el primer amanecer que incendió
nuestras sábanas y nuestras bocas
en una jauría de dentelladas calientes.
Era invierno,
pero no hacía frío. A tu lado
las horas                    pasaban invisibles.

Sigues teniendo esa cualidad,
ese poder intangible sobre mí. Tus manos
me atan a tu cuerpo
y tu cuerpo                   desata mi ser
                     como un hermoso delirio.

El reloj sigue parado
en aquel instante preciso
cuando la rigurosa escarcha se hizo carne
y tras la ventana empañada
la ciudad parecía una sombra frágil
que no soportaba nuestra luz.

Fue una noche de febrero, lo recuerdo bien,
porque no hacía frío.

Fue ante el esplendor de tu conjura
cuando ardí contigo. 

Del amor.

Imagen: «Audacia» Hatem Khraiche

      

                                       «Creo que si mirásemos más al cielo, acabaríamos por tener alas.» Gustave Flaubert

Del amor ya se ha escrito todo,

porque nada de lo que se expresa es suficiente.
Uno queda atrapado, con cara de bobo,
ante la torpe incompetencia del lenguaje.
Como si sólo en un parpadeo
           se pudiera contemplar el infinito,
buscamos en el otro nuestro espejo
            como si en aquella cálida pupila
se extendiera un atlas del deseo, una crónica
sobre todo aquello que nos trajo hasta aquí.


Ain’t no mountain high enough
Ain’t no valley low enough
Ain’t no river wide enough

Y sin embargo               ahí seguimos
buscando razones para ser amados,
argumentos que eleven nuestros corazones
                   tan cansados, a veces,
                   tan desgastados
de tiempo y soledad.

Puede suceder también que
rompamos el silencio para revelarnos,
de lo que somos,
de lo que fuimos,
de lo que queremos dejar de ser,
porque las heridas más profundas
siempre se esconden tras sus muros.

Y aunque en el fondo sabemos
que nada de lo que digamos nos devolverá al paraíso,
seguimos amando, seguimos escribiendo,
                   porque soñamos
                   que dentro de esa cálida pupila
                                se abre una puerta a la eternidad.

Desnudo de nombres.

Para Octavio Paz 

Amar era desnudarse de los nombres;

deshojar entre las sábanas 

las flores de tu sonrisa, hasta que

no quedaran más pétalos por arrancar que 

un nosotros                       palpitando 

al ritmo sereno del amanecer.
Cuando la noche viste de sudor 

nuestras miradas felinas

descubro que no hay poema que trascienda

pues no somos más que la suma de dos deseos

rendidos a su suerte. 

Como dos barcas que se cruzan en su deriva o

dos personas                           anónimas

buscando a tientas un porqué.

Reconciliación 

Poca cosa 

soy cuando te miro.
Poca cosa.
Un grano de arena,
una hoja al viento,
aquella lágrima en la lluvia,
que se suicidó desde tus mejillas,
para perderse y nunca volver.
La mañana se presenta fría en este espejo
como un frágil reproche o
una aurora pálida y cristalina.

Soy poca cosa
no cabe duda.

Sino fuera porque, a veces,
entre tanta bruma, me miras
devolviéndome el aliento.
Es entonces
cuando no importa lo dicho
ni ese silencio incómodo que me envuelve
en tu ausencia;
amanece en mi interior
la alegría de estar contigo
y esto, aunque no parezca gran cosa,
nos hace eternos.

Crees

Tú crees en la risa, en la ingravidez
de su arquitectura cuando estalla, en
la melodía que rige el sueño y su presente .

Crees en la vida y sus renuncias, en ese
ramillete de certezas que deshojas y en
la duda que oscurece tu mirada
mendigas la semántica de sus cicatrices.

Crees en la espuma y crees en la rabia,
en la pasión que nutre tus raíces
y en la voz que canta ensanchando el alma
cuando no encuentras luz entre la gente.

Crees en la sombra de tu pasado como crees
en el futuro y sus derivas.
Aunque siempre o casi siempre
te parezcan material de derribo y cárcel
para los pájaros que sueñan con volar.

Yo sólo quiero creer en ti. Nada más.
Que estarás a mi lado
cuando al fin el eco grite nuestros nombres
y no le conteste ni el silencio.

Esa es mi fe. Tú eres mi credo.

No es…

silencio

 

No es nube, ni pájaro, ni reflejo,

ni torbellino, ni maleza, ni laberinto;

no es espejo, ni luna, ni retrato,

ni rayo, ni anagrama, ni farolillo;

no es duda, ni certeza, ni deseo,

ni tuit, ni muro, ni acertijo;

no es beso, ni cama, ni canción,

ni mesa, ni mar, ni delirio;

no es castillo, ni epístola, ni paredón,

ni perro, ni dama, ni amigo;

no es faro, ni risa, ni Woolf,

ni llanto, ni prisa, ni amorío;

no es soledad, ni sexo, ni compañía,

ni manta, ni recebo, ni hombría;

no es tinta, ni río, ni navegar,

ni bolla, ni sed, ni deriva;

no es miedo, ni fin, ni soledad,

ni consuelo, ni tristeza, ni alegría;

no es prosa, ni ensayo, ni poesía…

 

Es silencio…

 

Solamente silencio.

Be-(v)iendo mi realidad.

image

Bebo el fracaso de los nombres,
cuando tocan las nubes mis pájaros de cristal.

Bebo los vientos de tu sexo,
como vuelan las sábanas, desgarrando las sombras del amanecer.

Bebo del aullido a la tormenta y, a la tristeza, hueca, de las calles vacías.

Bebo el paso incansable del tiempo
sus libros apilados y el polvo que los consuela.

Bebo apenado por las letras
heridas y por sus verbos cansados
de pasmo y soledad.

Bebo la muerte y sus pronombres,
la tumba abierta que nos espera impasible.

Bebo la noche y la mañana,
la arruga de asombro en mi frente oblicua.

Bebo tu amor y tu compañía
tu paciencia devota, tu silencio, tu alegría.

Bebo la preposición de tu alegato,
tan fiel como incierto, cuando acecha la espesura.

Bebo las nubes y los claros,
el despertar ansioso y su maraña tardía.

Bebo y no me canso de beberme, beberte y bebernos…

…Supongo que todo ello es la causa natural de que no se apague mi sed.

La noria

agujero-negro

Las lágrimas rompieron su mirada

quebrando el horizonte de sucesos.

Rastro de sales, restos de vida.

En medio de la noche,

aquella multitud no era nada,

sólo sombras, como fantasmas.

Él la miraba; ella, temblorosa, le rehuía.

La noria giraba y regiraba

su incontrolable vaivén de emociones.

Pero sus miradas se encontraron

en medio del túnel.

Se escrutaron en silencio,

se reconocieron entre la bruma.

Él quiso saber si ella estaba mareada.

Ella le hizo prometer que sus lágrimas no serían en vano.