Mi ciudad, (I).

Estoy en un atasco

y, por momentos, pienso

que nunca acabará.

No debo ser el único que se siente

preso, en medio de la autopista,

esfinge en un desierto de almas,

sediento de palabras y libertad.

Pero como estoy en un atasco

me consuelo

pensando que cada coche

es una isla salvaje e indómita

por descubrir.

Observo al conductor que tengo a mi derecha,

preguntándome si es abogado o fontanero,

si está casado o le gusta leer a Pizarnik,

si prefiere el rock o los gatos,

y como si notara mi mirada se vuelve hacia mí

sin verme.

Confieso que yo

tampoco he distinguido en él gran cosa:

una impermeabilidad opaca,

la sombra de una sombra,

cómo un apagón en el cine,

un móvil sin batería

o el silencio que sigue

a un punto y final.

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