Hubo una vez un hombre
que prefirió vivir descalzo.
Pero hay cosas peores…
Se despojó de la ropa que compraron sus padres,
de las ideas que había heredado y
salió a hacer camino.
Pero hay cosas peores, ¡mucho peores!
Durante años lo vi por mi pueblo
en constante peregrinación hacia ningún lugar,
trotamundos de lo metafísico, vagabundo de lo material,
de niño temía la suciedad de tus harapos, pero
también veía luz en esos ojos huidizos,
que ignoraban lo mundano,
y los imaginaba buscando luz en Dios sabe qué silencios.
Me cuentan que la muerte te hayó durmiendo,
no sé el porqué
creía que te fulminaría de una forma más poética.
Por eso recuerdo hoy el día
en qué vencí mis miedos y te hablé.
Tú sonreíste. No había miedo en tu rostro,
quizás una bondadosa resignación,
la melancolía del que pasa su vida en busca del tiempo perdido;
te pregunté ¿por qué vivir así?
Tú encogiste los hombros y me respondiste:
¿Por qué no?
Hay cosas peores…