Saltaré por la ventana
-pienso en ocasiones-
cayendo a plomo como condena ineludible.
Volaré entre balcones
para despedirme de la vida
del tiempo, de sus adherencias.
Volaré entre cortinas
que ocultan aquello que ya no querré ver.
Volaré hasta el infarto
como un corazón que dimite de la sangre y sus burbujas,
hastiado de latir sin sentido, ni dirección.
Así caeré hasta el infierno
para no mirar nunca más tu boca hambrienta, ni tus ojos sedientos,
y el calor de sus llamas me parecerá
un colchón donde al fin descansar.
Sólo deseo
que durante mi caída eterna
no te vislumbre tras tu ventana con ánimo de partir.
Si tú y yo contemplamos el vacío en nuestras pupilas
sé que descubriremos que nos quedan cosas por hacer, que lo importante no es la caída
es el aterrizaje.