A las víctimas de mis queridas Rambles de les Flors.

Ya no hay flores en La Rambla.

Ya no hay flores.

Se las llevó el tiempo y la ira,

un odio mezquino

como el de aquel que se alimenta de bilis

en la soledad de su infamia.

Ya no hay flores, amigos, ya no hay flores;

mudaron en sombra, en recuerdo,

en sangre derramada

cuando no quedaba ya

ni el aroma del jazmín ni de la rosa

bajo el sol alegre de las terrazas.

De luto quedaron los libros,

incapaces de explicar tanta sinrazón

capturada bajo la superficie de las lágrimas.

Quebrar de rabia la mesa,

emborracharse frustrado con las estrellas,

gritar, correr o abrazarse al mar

como un loco que sujeta

entre sus brazos la esperanza

puede servir de momento…

¡Vana tirita para un mundo que se desangra!

Ya no hay flores en la Rambla.

Ya no hay flores.

Sólo un silencio mohoso

donde no cabe ni siquiera la luz del mañana.

Aquella noche.

Hoy recuerdo
el primer amanecer que incendió
nuestras sábanas y nuestras bocas
en una jauría de dentelladas calientes.
Era invierno,
pero no hacía frío. A tu lado
las horas                    pasaban invisibles.

Sigues teniendo esa cualidad,
ese poder intangible sobre mí. Tus manos
me atan a tu cuerpo
y tu cuerpo                   desata mi ser
                     como un hermoso delirio.

El reloj sigue parado
en aquel instante preciso
cuando la rigurosa escarcha se hizo carne
y tras la ventana empañada
la ciudad parecía una sombra frágil
que no soportaba nuestra luz.

Fue una noche de febrero, lo recuerdo bien,
porque no hacía frío.

Fue ante el esplendor de tu conjura
cuando ardí contigo. 

Del amor.

Imagen: «Audacia» Hatem Khraiche

      

                                       «Creo que si mirásemos más al cielo, acabaríamos por tener alas.» Gustave Flaubert

Del amor ya se ha escrito todo,

porque nada de lo que se expresa es suficiente.
Uno queda atrapado, con cara de bobo,
ante la torpe incompetencia del lenguaje.
Como si sólo en un parpadeo
           se pudiera contemplar el infinito,
buscamos en el otro nuestro espejo
            como si en aquella cálida pupila
se extendiera un atlas del deseo, una crónica
sobre todo aquello que nos trajo hasta aquí.


Ain’t no mountain high enough
Ain’t no valley low enough
Ain’t no river wide enough

Y sin embargo               ahí seguimos
buscando razones para ser amados,
argumentos que eleven nuestros corazones
                   tan cansados, a veces,
                   tan desgastados
de tiempo y soledad.

Puede suceder también que
rompamos el silencio para revelarnos,
de lo que somos,
de lo que fuimos,
de lo que queremos dejar de ser,
porque las heridas más profundas
siempre se esconden tras sus muros.

Y aunque en el fondo sabemos
que nada de lo que digamos nos devolverá al paraíso,
seguimos amando, seguimos escribiendo,
                   porque soñamos
                   que dentro de esa cálida pupila
                                se abre una puerta a la eternidad.

Las bocas muertas.

Yo vengo a hablar por vuestras bocas muertas
aquellas que silenció el rayo y la noche,
cuando en lo más oscuro
las lágrimas se vistieron de alba y ceniza.

Vengo a hablar por la esperanza talada
por la tierra quemada de orgullo y por
la desolación que oculta la vidriera de tus ojos
marchitos, cansados, de pena y soledad.

Vengo a hablar por vuestros nombres mudos
ajenos al otro como los lados de un túnel
donde no corre ni el aire, ni la alegría
entre tan negra pesadumbre.

Vengo a hablar por ellos, por ellas,
para que la rabia no apague la risa,
ni el dolor eclipse las almas. Cuando parece
cuando cualquiera diría que todo está perdido
miremos al futuro cara a cara,
digamos cosas sin sentido
como por ejemplo:
alas, fotografías, corazones, corsarios
hasta derruir los parentesis de nuestra burbuja
y afrontemos el presente como un regalo.

Así que salgamos de las tumbas como zombies
hambrientos de caricias,
rompamos el hielo que cristaliza los suspiros y
quebremos los espejos convexos de la noche
que deforman las siluetas como en la calle del gato.
Porque he venido a hablar por vuestras bocas muertas
como habla el mar con sus olas o
sueña el cielo con sus pájaros.

Desnudo de nombres.

Para Octavio Paz 

Amar era desnudarse de los nombres;

deshojar entre las sábanas 

las flores de tu sonrisa, hasta que

no quedaran más pétalos por arrancar que 

un nosotros                       palpitando 

al ritmo sereno del amanecer.
Cuando la noche viste de sudor 

nuestras miradas felinas

descubro que no hay poema que trascienda

pues no somos más que la suma de dos deseos

rendidos a su suerte. 

Como dos barcas que se cruzan en su deriva o

dos personas                           anónimas

buscando a tientas un porqué.

Reconciliación 

Poca cosa 

soy cuando te miro.
Poca cosa.
Un grano de arena,
una hoja al viento,
aquella lágrima en la lluvia,
que se suicidó desde tus mejillas,
para perderse y nunca volver.
La mañana se presenta fría en este espejo
como un frágil reproche o
una aurora pálida y cristalina.

Soy poca cosa
no cabe duda.

Sino fuera porque, a veces,
entre tanta bruma, me miras
devolviéndome el aliento.
Es entonces
cuando no importa lo dicho
ni ese silencio incómodo que me envuelve
en tu ausencia;
amanece en mi interior
la alegría de estar contigo
y esto, aunque no parezca gran cosa,
nos hace eternos.

Crees

Tú crees en la risa, en la ingravidez
de su arquitectura cuando estalla, en
la melodía que rige el sueño y su presente .

Crees en la vida y sus renuncias, en ese
ramillete de certezas que deshojas y en
la duda que oscurece tu mirada
mendigas la semántica de sus cicatrices.

Crees en la espuma y crees en la rabia,
en la pasión que nutre tus raíces
y en la voz que canta ensanchando el alma
cuando no encuentras luz entre la gente.

Crees en la sombra de tu pasado como crees
en el futuro y sus derivas.
Aunque siempre o casi siempre
te parezcan material de derribo y cárcel
para los pájaros que sueñan con volar.

Yo sólo quiero creer en ti. Nada más.
Que estarás a mi lado
cuando al fin el eco grite nuestros nombres
y no le conteste ni el silencio.

Esa es mi fe. Tú eres mi credo.

Auto de fe.

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Ahora lo sé

el amanecer ha abierto mis ojos

partiendo mi alma a cada lado de tu soledad.

No hay presente sin poesía, no hay presente.

No hay ciudades, ni castillos de arena,

no hay ríos helados, ni lluvia satisfecha,

no hay prados generosos, ni espejos amables,

no los hay, ni los habrá, si no palpita el corazón

cada verso inacabado, cada caricia, cada mirada,

cada parpadeo que te enmarca frente a mi.

Oh, tú, que atraviesas los limites de la piel del universo,

alimentando la voz eterna de las caracolas, tú,

eres el núcleo del diamante, la geometría perfecta,

la vendimia del deseo. Tú, meteórito solitario,

conservas en tu interior la memoria de las piedras,

la música del cosmos, las sandalias que llevaron a Dante

a cruzar el infierno, el aroma fresco del tabaco que aspiraba Whitman y

el hada verde que iluminó a Rimbaud. Tú, no puedes morir,

sin exterminar al hombre como guadaña certera,

sin arrasar las ciudades y derruir las montañas,

hasta que el amor se extinga y no quede ni el recuerdo de tu silueta agradecida.

Tú, no puedes morir, cuando más se te necesita,

cuando el mundo parece un agujero negro

sin horizonte de posibilidades.

Pero ahora lo sé, lo he visto en los pájaros, me lo ha dicho la lluvia,

no puedes morir, ni morirás, mientras en un rincón del mundo

sobreviva la esperanza y alguien pinte en una pared que:

estamos a nada de serlo todo.

Aunque al final de todo, no seamos nada.

Be-(v)iendo mi realidad.

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Bebo el fracaso de los nombres,
cuando tocan las nubes mis pájaros de cristal.

Bebo los vientos de tu sexo,
como vuelan las sábanas, desgarrando las sombras del amanecer.

Bebo del aullido a la tormenta y, a la tristeza, hueca, de las calles vacías.

Bebo el paso incansable del tiempo
sus libros apilados y el polvo que los consuela.

Bebo apenado por las letras
heridas y por sus verbos cansados
de pasmo y soledad.

Bebo la muerte y sus pronombres,
la tumba abierta que nos espera impasible.

Bebo la noche y la mañana,
la arruga de asombro en mi frente oblicua.

Bebo tu amor y tu compañía
tu paciencia devota, tu silencio, tu alegría.

Bebo la preposición de tu alegato,
tan fiel como incierto, cuando acecha la espesura.

Bebo las nubes y los claros,
el despertar ansioso y su maraña tardía.

Bebo y no me canso de beberme, beberte y bebernos…

…Supongo que todo ello es la causa natural de que no se apague mi sed.

La noria

agujero-negro

Las lágrimas rompieron su mirada

quebrando el horizonte de sucesos.

Rastro de sales, restos de vida.

En medio de la noche,

aquella multitud no era nada,

sólo sombras, como fantasmas.

Él la miraba; ella, temblorosa, le rehuía.

La noria giraba y regiraba

su incontrolable vaivén de emociones.

Pero sus miradas se encontraron

en medio del túnel.

Se escrutaron en silencio,

se reconocieron entre la bruma.

Él quiso saber si ella estaba mareada.

Ella le hizo prometer que sus lágrimas no serían en vano.