No quiero tener casa
si tu
no la conviertes en hogar
con tu sonrisa.
No, no quiero tener casa, ni cama, ni amanecer roto, ni lluvia compartida; así que
renuncio para siempre:
a las calles, a sus gentes y a los libros
que cuentan sus idas y venidas.
Porque las casas siempre han estado sobrevaloradas,
sobretodo cuando no hay un corazón que las habita,
y en la oscura humedad de sus paredes
crece un moho mezquino y traicionero,
un vacío o alguna reliquia ajada,
como los despojos de una malograda ambición.
Por eso no me lamento si no tengo casa.
Porque no la quiero. Porque solo deseo estar contigo,
y para dormir,
después del encuentro, amor mío,
ya nos apañaremos.