Me gustaría escribir
los versos más tristes esta noche,
escribir por ejemplo
que nuestro amor
fue desde siempre un niño muerto.
Pero el abismo me consume
cuando te nombro o cuando te pienso y
los versos robados me parecen ligeros ropajes
para este duro invierno.
Hace poco que nos dijimos adiós,
cuídate, te deseo lo mejor,
como aquel que espera eludir al dolor
no mirándolo a la cara.
Hemos cruzado reproches, lágrimas desencajadas,
olas de espanto y palabras, muchas palabras,
como ramos de flores sobre una lápida
desmoronándose en un océano de silencio.
Pero la dura realidad se hace más cruda si cabe
cuando el rencor deja paso a tu ausencia y
en el botiquín no quedan más
que dos o tres prospectos arrugados.
Quiero escribirte, hablarte, amarte,
como si nunca hubiéramos abierto la hemorragia,
pensar que esta triste locura se convertirá
de la noche a la mañana en carnaval.
Lo cierto
es que te extraño
y -dijera lo que dijera Neruda-
aún no ha llegado la noche,
que lo que me inunda es la borrasca en los tejados, en nuestras calles,
en aquellos jardines donde te conté una vez
lo que imaginaba un tal Mario
a la izquierda del roble.