I
La noche puede ser agria como
garganta de lobo. Hielo.
Hielo. Hielo en la sangre
y en la mirada negra.
Noto sus aullidos
estremecer entre las sombras,
mas sólo el silencio oculta
tus pasos entre la muchedumbre,
el aliento de la muerte y su nada,
su regalo y su condena.
II
No hay eco en esas voces.
Pero resuenan como llamaradas.
El abismo asoma tras la esquina,
el peso de la palabra,
la mirada inquieta,
la seguridad absoluta del que defiende
hasta la muerte
su derrota.
III
No hay náusea que quepa en este verso
ni verdad que no sepulte la certeza.
Miro el reflejo de mis manos cansadas
y no hayo más respuesta:
que un silencio atronador, un nudo
cristalino, una caricia desértica.
IV
Párpados de cenizas cuelgan
entre los desechos de una soledad
que no cesa. Todo lo que importa parece
materia de derribo o
en el mejor de los casos
de reciclaje.
V
Tanta furia, tanta rabia…
Se vuelve suspiro, se deforma
hasta la nada. Aquello que fue TODO,
aquello que nunca tuvo nombre
se desvanece como humo
tras las ventanas cerradas.
VI
Escribo para darle cuerpo al éter
a ese fantasma agotador que
me reta entre visillos. La noche es un enigma,
yo
su respuesta.
VII
Siento tu silueta
dibujada en la herida.
El trazo volátil de lo que fue. Pero
nada es lo que parece.
La noche lanza dentelladas
sumida en la fragilidad de una cárcel de acero.
VIII
Tú ganas,
como siempre.
No hay más realidad que la del rayo
ni más cielo que tu oscura mirada.
Me rindo por hoy. Espero que el sueño
me devuelva la mañana.