Blade Runner

Esta mañana de espejos negros,

de silencio y soledad,

sabe a hielo en la memoria,

a parálisis en el quicio de la puerta

y al lánguido rumor de la melancolía.

Las ramas desnudas

no florecen con el frío,

pero el gato hambriento

prefiere ignorar estas sutilezas.

Le miro, me mira

y pienso que

si fuera un replicante vería

que, a pesar de todo,

sigue habiendo mucha lluvia

en el corazón de esta flor tardía.

A las víctimas de mis queridas Rambles de les Flors.

Ya no hay flores en La Rambla.

Ya no hay flores.

Se las llevó el tiempo y la ira,

un odio mezquino

como el de aquel que se alimenta de bilis

en la soledad de su infamia.

Ya no hay flores, amigos, ya no hay flores;

mudaron en sombra, en recuerdo,

en sangre derramada

cuando no quedaba ya

ni el aroma del jazmín ni de la rosa

bajo el sol alegre de las terrazas.

De luto quedaron los libros,

incapaces de explicar tanta sinrazón

capturada bajo la superficie de las lágrimas.

Quebrar de rabia la mesa,

emborracharse frustrado con las estrellas,

gritar, correr o abrazarse al mar

como un loco que sujeta

entre sus brazos la esperanza

puede servir de momento…

¡Vana tirita para un mundo que se desangra!

Ya no hay flores en la Rambla.

Ya no hay flores.

Sólo un silencio mohoso

donde no cabe ni siquiera la luz del mañana.

La montaña 

No basta con abrir la ventana

para ver los tejados y los cielos,
ni para distinguir los puentes entre las nubes que
tienden las palomas con cada aleteo.
Hay que hacer un esfuerzo por perderle el respeto a la montaña
convertirse en niebla o en viento o en agua
para ocultar su grandiosidad, subir hasta su cima
y penetrar hasta su núcleo inalterable.
Ella siempre estará allí, cuando todos nos hayamos ido, ella
permanecerá impasible como el mar o el tiempo.
Por eso tiene una importancia relativa su presencia,
me resulta mucho más interesante describir
qué guarda tu silencio por las noches
cuando todo elemento que no sea tu mirada
parece lejano como pálida estrella.
Quizás nunca llegue a averiguarlo, pero al menos
te tengo cerca.

Reconciliación 

Poca cosa 

soy cuando te miro.
Poca cosa.
Un grano de arena,
una hoja al viento,
aquella lágrima en la lluvia,
que se suicidó desde tus mejillas,
para perderse y nunca volver.
La mañana se presenta fría en este espejo
como un frágil reproche o
una aurora pálida y cristalina.

Soy poca cosa
no cabe duda.

Sino fuera porque, a veces,
entre tanta bruma, me miras
devolviéndome el aliento.
Es entonces
cuando no importa lo dicho
ni ese silencio incómodo que me envuelve
en tu ausencia;
amanece en mi interior
la alegría de estar contigo
y esto, aunque no parezca gran cosa,
nos hace eternos.

Resonancias.

2291300214_c2bb8d366c_z

Frío que despojas

las hojas hasta desnudar la escarcha

hacerla carne, rumor de hielo,

canto de alambre, crudo designio del marinero;

entonas la vibración infinita del silencio

en tus dedos, en tu nada, en la claridad oscura

del manantial seco. Tu cálido misterio alza

el eco que resuena en la llegada de la alondra,

como la música que colma el alma, y hace crecer

las negrillas entre la hojarasca furiosa.

 

fotografía: Luis Lafuente.

 

Auto de fe.

tumblr_mbxz540wzj1ri25dxo1_1280

Ahora lo sé

el amanecer ha abierto mis ojos

partiendo mi alma a cada lado de tu soledad.

No hay presente sin poesía, no hay presente.

No hay ciudades, ni castillos de arena,

no hay ríos helados, ni lluvia satisfecha,

no hay prados generosos, ni espejos amables,

no los hay, ni los habrá, si no palpita el corazón

cada verso inacabado, cada caricia, cada mirada,

cada parpadeo que te enmarca frente a mi.

Oh, tú, que atraviesas los limites de la piel del universo,

alimentando la voz eterna de las caracolas, tú,

eres el núcleo del diamante, la geometría perfecta,

la vendimia del deseo. Tú, meteórito solitario,

conservas en tu interior la memoria de las piedras,

la música del cosmos, las sandalias que llevaron a Dante

a cruzar el infierno, el aroma fresco del tabaco que aspiraba Whitman y

el hada verde que iluminó a Rimbaud. Tú, no puedes morir,

sin exterminar al hombre como guadaña certera,

sin arrasar las ciudades y derruir las montañas,

hasta que el amor se extinga y no quede ni el recuerdo de tu silueta agradecida.

Tú, no puedes morir, cuando más se te necesita,

cuando el mundo parece un agujero negro

sin horizonte de posibilidades.

Pero ahora lo sé, lo he visto en los pájaros, me lo ha dicho la lluvia,

no puedes morir, ni morirás, mientras en un rincón del mundo

sobreviva la esperanza y alguien pinte en una pared que:

estamos a nada de serlo todo.

Aunque al final de todo, no seamos nada.

Momentos.

Hay momentos que te asaltan
como un timbrazo a media noche
o un fuerte estallido durante la verbena de San Juan.
Momentos en los que el estupor, deja sitio a la sorpresa
ésta hace hueco a la perplejidad, para que después inevitablemente
se instale el alivio o el miedo, en forma de incertidumbre magmática,
como reflejo fiel de nuestra tremenda fragilidad.

Hay momentos en los que el vacío viste de oscuro la mirada
y pareciera que no existe asidero ni balsa a la que aferrarse en
la desolada deriva por las ruinas de nuestra soledad.
Y uno se mira en el espejo y no se ve, y si se ve no se reconoce, y si se reconoce
llora como un niño perdido en medio de la multitud, reclamando una compasión
suplicando una clemencia, que los adultos no tenemos ni con nosotros mismos.

Hay momentos en cambio que la rueda de la vida
-o ese destino en el que me niego a creer-
nos reserva otras sorpresas mucho mas agradables. Y tras la cortina de
humo de un dialogo improvisado una mirada nos atraviesa
y se fija en la boca del estomago haciéndonos cosquillas con cada parpadeo.
Momentos en los que el deseo aviva un fuego que se creía extinguido
y hacia él arrojamos el miedo, la duda, la inseguridad neurótica, el desaliento
para ver si así dejan de joder de una vez. Tras ellas van las ilusiones
las fantasías y los sueños, para que con estos ingredientes juntos -y a fuego lento-
se vaya cocinando la esperanza.
Son situaciones, en definitiva, en las que todos los seres con corazón
nos reducimos a la cárcel de un animal sediento de palabras y anatomía,
porque más allá de un fin en si mismo, lo mejor del amor, como en el caso del arte,
es que es un camino que sólo existe mientras lo vas caminando.